Observo mi calendario mientras este me sostiene la mirada. En su última hoja, la doceava, vienen señaladas aquellas promesas que nunca cumplí, aquellas ilusiones que afortunadamente se hicieron realidad, aquellos acontecimientos que trajeron consigo mis peores presagios. 2012 ha sido un año muy dispar, tanto para un descontento alrededor como para mí.
Hoy, a día 23, veo como estos doce meses se consumen como la vela de esperanza que encendí un primero de enero. Puedo apreciar como la masacre que auguraron las civilizaciones antiguas no cobró vida un 21 de diciembre y, desafortunadamente, todavía no puedo ver los frutos de este ciclo recién estrenado que traerá consigo la luz tras una etapa de absoluta oscuridad.
Tal vez, lo mejor hubiera sido que el mundo se hubiese extinguido. Todo lo malo ya hubiera desaparecido, los humanos por ejemplo, traidores y mentirosos por naturaleza. ¿O quizás es mejor que nuestro día a día se alargue hacia un azaroso futuro?
Aún nos quedan metas que conseguir, combates en los que luchar o en los que provocar nuestra propia rendición. Aún nos queda una vida por delante; en un principio, un 2013 en el que hacer realidad todos aquellos sueños que todavía no hemos puesto en práctica.
Llega la Navidad y se multiplican las frecuentes felicitaciones que carecen de gran relevancia. Las fiestas transcurren muy rápidamente y esta época de optimismo y generosidad (últimamente envuelta en un papel plata de materialismo) se desintegra bien entrada la archiconocida "cuesta de enero"
Llegan aquellos días durante los cuales se recuerdan a los seres queridos que, por desgracia, no pueden asistir a estas Pascuas. Llegan aquellos días durante los cuales fingimos que los más desfavorecidos e infelices nos importan. Llegan aquellos días durante los cuales valoramos los resultados de unos esfuerzos propuestos tan ineficaces que dan lugar a la reformulación de más promesas insustanciales las cuales sabemos que, a lo largo de este arduo año que se nos presenta, volveremos a incumplir.
Llegan los días de mayor hipocresía.
ResponderEliminarGenial entrada, Rubén.