A continuación, os presento un relato que recientemente he presentado a un concurso por el Día de la Violencia de Género y que, a pesar de no haber sido premiado, quiero publicar de manera más íntima en este blog. El tema versa acerca de "Educar en Igualdad", asunto que he tintado de matices negativos. Espero que lo disfrutéis.
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Querido
ayer,
Todo
por lo que has luchado, sin abatirte, ha visto la luz hoy. Somos por fin una
sociedad igualitaria, sin diferencias de género. Da igual si tú, ayer, fuiste
mujer u hombre, porque en la actualidad serías tratado de la misma manera. Esa
incansable utopía que se ha perseguido durante siglos se ha materializado al
fin. ¡Ay, qué gran desgracia! Te preguntarás cuál es la razón de mi lamento si
nos hemos hecho con lo que la sociedad siempre había deseado. ¡Oh, ayer,
respóndeme, no sé qué pensar! ¿Es esta realmente la realidad ideal que
andábamos buscando o únicamente una degeneración de la misma? ¿Por qué me
siento entonces en un vórtice, dando vuelcos sin rumbo? ¿Es acaso esta una
distopía?
Cuando
paseo por mi barrio y veo edificios divididos y diferenciados por un tono rosa
pálido y por otro azul cielo, no puedo evitar cuestionarme el término igualdad. Fue hace unos años cuando se
decidió redireccionar tanto el cauce del grupo masculino como el del femenino
por ríos distintos, bajo el fin obsesivo de conseguir la igualdad. El eslogan
de las feministas se grabó en toda la población a fuego: “Sin los hombres no
habría violencia de género. Sin los hombres no existiría la competencia
desleal. Sin los hombres no seríamos, a vista social, inferiores”. De esta
forma, aquella ideología caló en las mentes de una sociedad débil y ansiosa por
construir un Estado justo, por lo que este grupo de mujeres que reclamaban sus
derechos subió al poder.
Mas esto no ha ocurrido
de la noche a la mañana, tú muy bien lo sabes, ayer. Ya hubo una ministra del
Interior que pretendió distinguir géneros en el acto de habla. Ese “miembros y
miembras” fue el primer paso para la independencia, en este caso lingüística,
de ambos géneros.
No
obstante, esto ha ido a más, llegando al punto de que ningún varón necesita una
mujer y viceversa. “¿Quiere ser madre? Inseminación artificial” es otro de los
lemas del Partido por la Igualdad. Hasta la reproducción, como ves, relación
fundamental entre los dos sexos, ha sido mermada. A día de hoy, incluso se
prohíbe que hombres y mujeres mantengan relaciones sexuales por puro placer.
Se
ha creado, a raíz de esta disputa, dos mundos parecidos, pero a la vez
completamente opuestos. Hay empresas de y para mujeres, y factorías de y para
hombres. Sin duda, es incuestionable el hecho de que la deslealtad hacia las
mujeres en el ámbito profesional ha sido erradicada, pero también, junto a él,
toda la cooperación y relación amistosa intersexual.
Te
preguntarás cómo hemos logrado llegar a estas alturas en tan poco tiempo. Muy
sencillo, querido amigo. La educación, pilar fundamental en una sociedad, fue
reformada bajo el pretexto de criarnos y formarnos en igualdad. La segregación
de niños y niñas fue la mayor hecatombe que se pudo cometer. Excusándose en las
diferentes destrezas y cualidades que posee cada uno de los géneros, se comenzó
a formar jóvenes que no veían ningún interés en lo opuesto, vislumbrado incluso
como amenaza o enemigo en un pasado no tan lejano.
Sin
embargo, no hay queja ni oposición por parte de ningún estamento de la sociedad
porque la educación la ha moldeado a su parecer y, además, por la ausencia
evidente de rivalidades, competencia y desigualdad entre hombres y mujeres. Yo,
por otro lado, pienso en las consecuencias futuras. ¿Acaso no florecerán
diferencias en cada uno de los grupos? La raza, la religión, la ideología
abrirán fisuras muy pronto tanto en el mundo masculino como el femenino.
Entonces, ¿podremos hablar de igualdad? ¿Cómo solucionaremos esa gran disputa?
¿Desquebrajando y clasificando en nuevos grupos de afinidad? ¿Reformando otra vez una educación cada día
más desgastada? Me hallo tan confuso y temeroso por el mañana…
No
sé si las palabras que manan de mi boca y se plasman en este papel no son más
que el fruto del pensamiento de un hereje o de un enfermo; de veras que no lo
sé. Hemos conseguido lo que yo siempre he reivindicado, pero existe algo que no
me deja disfrutar de esta idealizada felicidad. Te imploro, ayer, que no dejes
que en la sociedad se abran frentes opuestos. Te suplicaría, en estos instantes,
desesperado, que apostaras por una educación de calidad como garantía de
futuro; que lucharas por la equidad en derechos y oportunidades, nunca aislando
cada género en sí mismo. ¿Acaso –contéstame, por favor– la búsqueda de la
diferencia con el fin de igualdad no es el inicio del principio de diferencia?
Atentamente,
Tu incierto mañana –o mi aterrador hoy–.